Miembro ACD-NY
Nueva York- Estoy estupefacto. Me siento triste y desilusionado. El boxeador venezolano Edwin Valero era un verdadero guerrero dentro de los cuadriláteros, pero se comporto con un vil animal fuera de ellos.
Hizo lo que nadie tiene el derecho a hacer, quitarle la vida a un ser humano. No importa cuáles hayan sido los motivos, no importa qué problema lo llevó a eso, pero no tenía el derecho de quitarle la vida a su joven esposa de 24 años de edad. No tenía el más mínimo derecho de mandar para el cementerio a una mujer que, primero decidió compartir su vida con él, vivir bajo un mismo techo, formar una falia, y segundo que estaba llena de vida, con sueños e ilusiones como todo el mundo.
Para aumentar aun mas la tragedia, el púgil venezolano decidió un día después terminar con su propia vida. Es una acto lamentable de grandes proporciones, ya que el hombre era bueno en lo que hacía, era popular y estaba encaminado a conquistar la gloria en poco tiempo.
De verdad lamento que Edwin Valero haya decido cometer un crimen horrendo, luego matarse, y dejar al boxeo sin una de sus emergentes figuras. También deja en pleno dolor a dos familias que ahora tendrán que llevar el peso de los hechos y lidiar con todo lo que se avecina.
Edwin Valero no tenía ningún derecho.
Y pensar que hace tan solo unos dos meses atrás el ex campeón mundial ligero del Consejo Mundial de Boxeo (CMB) se llevó en tierras mexicanas, en Monterrey, el triunfo 27 de su carrera por nocaut en igual cantidad de reyertas, algo realmente impresionante. También me cuesta creer que yo estuve esa noche en la pelea junto a mi colega Félix DeJesús, quien transmitió su pelea con Antonio De Marco para Showtime, y luego compartiendo con Valero y su familia en e mismo restaurante del hotel donde nos estábamos hospedando. Hasta orgullosamente me tomé una foto con él.
Ahora me quedará en la memoria para siempre que ese deportista con el orgullosamente me fotografié se convertiría unos meses después en un vil asesino y posteriormente suicida.
De verdad estoy consternado, muy consternado.
¡Qué pena!
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